Ciudades planificadas I. De Babilonia a Tenochtitlán.

Una ciudad planificada es aquella que ha sido creada desde cero con un plan urbanístico global, que ha establecido sus límites, dimensiones y usos previamente. Por lo general este tipo de ciudades aparecen durante el proceso de colonización de un territorio, como hicimos los españoles en el Descubrimiento de América o los estadounidenses en su expansión hacia el oeste. 

Aunque los primeros ejemplos debemos buscarlos muchos siglos antes, con ciudades como la Babilonia del s.VIII a.C., que tenía una trama ortogonal a base de rectángulos unos dentro de otros o la ciudad abásida de Bagdag (s.VIII d.C.) de la que conocemos que tenía un trazado de círculos concéntricos cuyo centro estaba ocupado por una gran mezquita y por el palacio del califa y desde ahí se irradiaban grandes avenidas ceremoniales que cortaban los diferentes círculos que conformaban la ciudad.  Cuanto más importante se era, más cerca del centro del imperio se podía vivir o trabajar. 


Y esa idea de centro político, económico y social de la Bagdag planificada se ha repetido una y otra vez a lo largo de la geografía y la historia, puesto que un uso significativo de estas ciudades es el establecer una nueva capital con la que mostrar al mundo la magnificencia del nuevo estado.

El ejemplo por antonomasia es la Ciudad Prohibida en China, construida en el siglo XV. Si en la anterior participaron cien mil obreros en su construcción, en esta se dice que trabajaron un millón de personas, que modificaron la topografía del lugar, creando lagos y colinas artificiales en un conjunto impresionante a modo de muñeca rusa, en la que cada parte se inserta dentro de la anterior, puesto que la ciudad exterior, llamada Ciudad Imperial, se incrustaban en medio de la ciudad de Pekín; La Ciudad Prohibida se insertaba dentro de la Imperial y dentro de ella, estaba dividida, a su vez, en dos patios interiores.


Avanzando más en el tiempo, encontramos buenos ejemplos de ciudades planificadas en el continente americano y para ello, recomiendo hechar un vistazo a este blog: Blogdebanderas, en donde se hace un magnífico repaso de 24 ciudades coloniales españolas. 

Al llegar los españoles a América establecieron el sistema de repartición de tierras para favorecer el asentamiento de los colonizadores y lo que es más importante, el mestizaje, algo fundamental si tenemos en cuenta el pequeño número de españoles respescto a la población local. En muchos casos se trataron de adaptar las estructuras de poder existente al nuevo orden, tal y como lo hicieron los soldados de Hernán Cortés casándose con princesas mexicanas y esta adaptación se trató de llevar al urbanismo, construyéndose sobre las antiguas ciudades americanas las nuevas españolas, como sucediera en la antigua Tenochtitlán, hoy Ciudad de Méjico.

Y esto fue así los primeros años, hasta que Felipe II, el rey prudente, un monarca del renacimiento, culto y avanzado para su época, decidió establecer en 1573 un modelo de aproximación al territorio y establecimiento de ciudades en sus territorios recientemente incorporados.

Este modelo de ciudad planificada establecía que no debían undarse nuevas ciudades sobre asentamientos existentes, con vistas a respetar a los nativos americanos, debía de estudiarse el territorio para establecer el asentamiento en un lugar adecuado, cerca de agua potable, recursos minerales y agrícolas. Toda nueva ciudad se origina desde la Plaza de Armas, un espacio central ocupado por la iglesia y la residencia del representante del gobierno, desde ella partirían cuatro calles dedicadas al comercio y el resto de la ciudad crecería en cuadrícula, cuyas calles tratarían de adaptarse al clima y los vientos dominantes (ejemplo: calles estrechas en climas cálidos y soleados).

Desde el Caribe, los españoles fueron extendiéndose por el continente dejando numerosas ciudades que repitieron este esquema una y otra vez. En el antiguo virreinato del Perú, no hay ciudad, desde el desierto costero hasta la región andina, que no tenga su Plaza de Armas, con su iglesia, su ayuntamiento y su mercado semanal, en representación, como hace siglos, de los poderes religioso, administrativo y económico.






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