Iglesia de Sainte-Chapelle, París. |
La iglesia de Sainte-Chapelle, en París, sirve perfectamente de ejemplo sobre como la arquitectura moderna ha perdido su capacidad de emocionar. Los grandes edificios actuales, los que han reemplazado a las iglesias y catedrales de siglos pasados, no están pensados para emocionar, ni enaltecer el espíritu; están diseñados para ser hitos, para llamar la atención al viandante y generar nuevos iconos a las ciudades.
Los grandes museos como el Guggenheim, del canadiense Frank Gehry, en Bilbao o el conjunto museístico de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Santiago Calatrava en Valencia, por poner ejemplos cercanos, han conseguido hacer reconocibles estas ciudades a través de sus bonitas formas sinuosas en el primero y picudas, en el segundo, pero dejan fríos al espectador al entrar en ambos. Cierto es que el museo de Bilbao es un edificio espectacular, innovador, que puso a la Arquitectura en el lugar que se merece, pero justo por eso, por la fascinación que creó, por lo elegante de su diseño y su relación con su entorno, al entrar te esperas más, mucho más. Parece que el maestro diseñó la carcasa y dejó a otro con menos talento el diseño del interior. En el segundo ejemplo, la sensación de vacío es infinítamente mayor; al entrar en cualquiera de sus edificios, te sientes fuera de escala, empequeñecido. Esos grandes espacios neutros, que generan volúmenes enormes sin ningún tipo de tratamiento interior, ni consecuencia con su escala, aburren.
Esto es lo que busca la Arquitectura de ahora, buena imagen sin contenido, poco podría emocionarse Stendhal hoy.
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