Los espacios públicos. Ayer y mañana.

Como seres sociales, los humanos tenemos la necesidad de relacionarnos unos con otros y a pesar del esfuerzo de las nuevas tecnologías por aislarnos en casa y ofrecernos la posibilidad de vivir, si se puede llamar vida a no experimentar, oler, sentir u oír sino a través de un ordenador o teléfono móvil, los espacios públicos son los lugares más importantes de la ciudad y no deben ser vistos ni tratados como un lugar residual. Recomiendo ver este vídeo de una TED-Talk acerca de la importancia del espacio público como regenerador de espacios degradados en la ciudad de Nueva York.

La importancia de los lugares públicos en las ciudades ha sido estudiada y desarrollada desde los orígenes mismos de la ciudad, convirtiéndose en lugares de encuentro, de compra-venta de mercancías, de socialización y de representación del poder. La importancia del mismo queda reflejada en la enorme cantidad de plazas que pueblan las antiguas ciudades europeas, en las que en cada barrio hay una plazuela que servía como punto de reunión de los vecinos, donde se daban a conocer las noticias y se divertían en las fiestas.

Los antiguos griegos se dieron cuenta de la importancia de tener un espacio público representativo, no sólo de cara a sus conciudadanos, sino también para mostrar su poder a sus vecinos, aliados y rivales, con lo que empezaron a trasladar las viviendas de sus acrópolis primigenias para dejarlas sólo con templos y edificios gubernativos. Los romanos, alumnos aventajados de los griegos, comenzaban la construcción de sus ciudades arando con dos bueyes sobre la tierra el límite de la misma y en el cruce de sus dos vías principales: el cardo y el decumano, dejaban un gran espacio vacío: el foro, el lugar público donde estaba representado el poder religioso, político y económico. 

Los conquistadores españoles en América, tomaron esa misma idea de centralidad y la aplicaron en los planos de sus ciudades coloniales. Desde la plaza de armas, de nuevo el espacio público y representativo, se expandía una cuadrícula ortogonal de calles que conformaba la ciudad. 



No obstante, estos espacios eran en muchos casos grandes superficies vacías, diseñadas como un contenedor que en días señalados se llenaban de puestos para conformar el mercado semanal, se construían graderíos para ver desfiles y paradas militares o se levantaban cadalsos para demostrar al pueblo el poder del gobierno o soberano. No se ha pensado aún en diseñar espacios de descanso o disfrute para los habitantes de las ciudades y tenemos que esperar hasta bien entrado el siglo XVI para ver cómo se empieza a pensar en las plazas públicas como lugares de recreo para el ciudadano. 



Hasta entonces los únicos jardines que existían en las ciudades eran propiedad de nobles y ricos comerciantes, que los vallaban y cercaban con altos muros para conseguir intimidad y sosiego en las ruidosas y sucias ciudades de por aquel entonces. En Madrid tenemos el Jardín del Buen Retiro, que originalmente eran los jardines del Palacio del Buen Retiro, propiedad de la Monarquía Hispánica; en París está el famoso Bois de Bologne, que ha tenido una convulsa historia de destrucciones y reconstrucciones hasta que acabó abriéndose al público; y por terminar con otro ejemplo, en Berlín tenemos el Tiergarten que tiene su origen en un coto de caza de la nobleza germana. 

El último espaldarazo surge en el siglo XVIII, tras la revoluvión que lo cambió todo, la Revolución Francesa, cuando las ciudades empiezan a ajardinarse, algunos muros que protegían los jardines privados se derriban para el disfrute del ciudadano, en otros casos el crecimiento de las ciudades hace que los pocos bosques (en su mayoría espacios privados de reyes y nobles) que las rodeaban sean fagocitados por la ciudad y abiertos al público, se engalanan las plazas con fuentes y estatuas para recordar personajes y sus hazañas, en definitiva, el espacio público gana una cualidad más, la de servir como lugar de descanso y disfrute del usuario de la ciudad.


Jardines del príncipe de Anglona en Madrid.


Y ahora, en el siglo XXI me pregunto, ¿se puede hacer algo más para que el espacio público siga siendo el motor y centro de la ciudad? 

Yo creo que le falta adaptarse un poco a las nuevas necesidades y formas de vida. Un gran paso son las cubiertas ajardinadas de los edificios, de lo que hablé en dos entradas anteriores de este blog: una en mayo de 2.013 "Ajardinemos las cubiertas" y otra en noviembre de 2.014 "La normativa se pone al día... en algunos sitios", en las que hablo de cómo la cubierta verde de los edificios mejora la calidad de vida en las ciudades, pero se puede ir más allá y es haciendo que los jardines de nuestras ciudades limpien el aire que respiramos y mejoren la calidad de nuestros suelos. 



La paulonia imperial o Kiri, originario de China, es capaz de absorber más dióxido de carbono y devolver oxígeno al ambiente que cualquier otro árbol, además de poder crecer en suelos poco fértiles. Otro punto a su favor es su rápido crecimiento, en un año puede pasar de semilla a medir dos metros y en ocho años mide lo que un roble tarda cuarenta, por lo que su implantación en nuestras ciudades podría ser muy rápida. 

En Texas un programa de reforestación tiene planeado plantar un millón de estos árboles para luchar contra la desertificación del estado y mejorar la calidad del suelo. Pero como siempre hay peros, el Kiri está considerado una especie invasora, por lo que hay que tener cuidado con que no pase como con el eucalipto en algunas zonas de Galicia, en las que es tal su número (plantado por su rápido crecimiento y su aprovechamiento en diez años para la industria papelera) que cuesta encontrar árboles de otras especies. 

Si en los parques y jardines empezásemos a plantar plantas no sólo por su valor ornamental o por su mantenimiento económico, sino por su valor medioambiental, el aire de las ciudades sería más limpio y saludable, de una forma barata y natural. Este es el reto del espacio público en el siglo XXI. 

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