Cada época ha tenido sus modas, no sólo en el mundo de la ropa, la música, la pintura, la literatura o la música, sino también en el mundo de la Arquitectura y en el paso del siglo XIX al siglo XX lo que estaba de moda en Europa era el romanticismo. Por aquellos años mientras se escuchaban piezas de Strauss o de Albéniz, observando los turbulentos paisajes de los cuadros de Turner y leyendo a Lord Byron, Allan Poe o a Larra, mientras en las ciudades iban apareciendo extraños edificios que recordaban a tiempos pasados.
El romanticismos no puede entenderse sino como una forma de buscar en el pasado un mundo mejor que el de aquel momento en el cual Europa estaba siendo convulsionada por las guerras revolucionarias resultado de la revolución francesa y que supuso un vuelco en la manera de entender el mundo. El viejo orden se venía abajo y una vez más el arte, debía adecuarse a esa nueva manera de ver el mundo.
Y no sólo el arte, sino también la cultura, la política e incluso la forma en la que el propio ser humano entendía su existencia, al comenzar a primar al individuo frente a la masa, la originalidad y creatividad individual en contraposición a la continuidad de lo tradicional.
Este siglo XIX es la época del auge del liberalismo y de los regionalismos, es el momento en el que se quiere volver a lo arcano, a la tribu, a aquello que nos diferencia del otro, en contraposición de aquellos sentimientos gloriosos de grandes reinos e imperios. No en vano, es este momento en el que se unifican definitivamente Italia y Alemania y surge la semilla de lo que serán, a finales de siglo y principios del siguiente, los nacionalismos vasco y catalán.
Pues bien, como no, la Arquitectura, la más bella de las Artes, también refleja esos nuevos sentimientos de la sociedad, rompiendo con lo anterior y buscando la esencia de las cosas más allá de un neoclasicismo, que trataba de recrear el pasado y de una producción industrial, que universalizaba todas las creaciones. Surge el movimiento "Arts and Crafts" en Inglaterra, traducido al español como "Artes y Oficios"; el "Art Noveau" en Bélgica y Francia, el "Nieuwe Kunst" en los Paises Bajos y Alemania... Todos ellos son movimientos artísticos, que la historiografía ha encuadrado en el Modernismo, que tratan de volver a lo local, al artesano que crea piezas únicas, lejos de la producción simplificadora y unificadora de la industrialización. No hay líneas rectas porque la Naturaleza no dibuja más que curvas. Como es lógico, España no va a ser ajena a esta situación Europea, dándose un movimiento modernista propio, que se ha venido a llamar Modernismo, que estuvo muy localizado en Cataluña.
A la par que el Movimiento Moderno se extendía por Europa (también por América, con arquitectos como Sullivan o Wright), coexistía con otro movimiento artístico: el Historicismo, que al igual que el Modernismo, trataba de volver a tiempos pasados, pero en este caso copiando y tratando de hacer hincapié en los particularismos de cada región. Tenemos multitud de estilos: neogótico, neobizantino... y en España apareció el Neomudéjar.
Pensemos un momento en la España de finales del siglo XIX: En 1898 perdimos las últimas provincias de ultramar, lo que supuso un golpe enorme para la sociedad española, un hecho que empequeñeció a un país acostumbrado a tener territorios en ambos hemisferios y donde los viajes transoceánicos entre provincias era algo normalizado desde hacía 400 años, que quedó reducido al territorio peninsular y poco más. Este hecho produjo una crisis en todos los ámbitos de la sociedad, que tuvo su reflejo en el mundo cultural, como fue la aparición en la literatura y el periodismo de la llamada Generación del 98 y del Modernismo y el Neomudéjar en el mundo de la Arquitectura.
Pero, ¿porqué no se dio Arquitectura Modernista en Castilla, ni Neomudéjar en Cataluña? Tiene que ver con la relación de cada territorio con América y Asia. Veamos.
Castilla y por Castilla me refiero al territorio histórico del reino de Castilla: las actuales Andalucía, Extremadura, Murcia, Castilla-La Mancha y Castilla y León, tenía una conexión muy íntima con las provincias de ultramar. La emigración hacia allí (hacer las américas, se decía), había sido una constante y un referente de mejora económica y social para los castellanos en épocas difíciles y la conquista y asentamiento había significado uno de sus mayores logros históricos, por lo que el sentimiento de pérdida fue enorme y la búsqueda de confort espiritual en un pasado glorioso, fue una válvula de escape ante tremenda situación.
Es aquí donde surge el Neomudéjar, como un estilo propio, basado en una realidad histórica de esplendor (La Reconquista) y con unas características netamente castellanas, como es el uso artístico del ladrillo o las composiciones rítmicas de sus fachadas con arcos de herradura.
Los edificios neomudéjares no son ejemplos individuales de viviendas, sino grandes construcciones de uso público, estaciones de ferrocarril, iglesias o balnearios, edificios que pretenden estimular y animar a una población deprimida, necesitada de alegrar el ánimo. Otro ejemplo son las plazas de toros, espacios pensados para desarrollar la cultura patria, que tan duramente estaba siendo castigada por otras naciones europeas, que nos miraban como un país atrasado y empobrecido.
Por otro lado, tenemos el antiguo reino de Aragón, particularmente Cataluña, que siempre tuvo vocación mediterránea, estando conectado con el resto de Europa, bien por guerras, bien con comercio. No obstante, siempre existió una presencia de aragoneses (aragonés en el sentido de súbditos de la Corona de Aragón) en América, ya desde el primer viaje de Colón hay testimonios de catalanes embarcados, pero siempre fue una presencia muy reducida, por lo menos hasta la llegada de los Borbones en el siglo XVIII, que suprimieron el monopolio de Sevilla y más tarde Cádiz, como únicos puertos legales para comerciar con América y permitieron el comercio directo desde otros puertos peninsulares, lo que hizo aumentar el interés de los catalanes por el comercio americano, en particular del llamado "comercio triangular", es decir la venta de mercancías manufacturadas en España en África para compra de esclavos que pondrían a trabajar en Cuba en las plantaciones de azúcar, que más tarde traerían a Europa.
Es por esto, que las provincias americanas y asiáticas significaban casi exclusivamente una fuente económica para la burguesía catalana y no un sitio donde poder labrarse un futuro, como lo era para las clases humildes castellanas. Esto explica porqué su pérdida no supuso una conmoción tan terrible en Cataluña como en Castilla, porque el pueblo no tenía casi vínculos sentimentales con unas tierras que consideraban como algo propio de Castilla.
Incluso, la pérdida de Filipinas, Cuba y Puerto Rico supusieron una repatriación de capitales a las familias burguesas catalanas asturianas y vascas que permitió un enriquecimiento temporal que llevó a estas familias pudientes a querer construir algo nuevo y acorde con lo que pasaba en Europa, que era el foco de la modernidad.
Y es en esta situación particular y diferenciada de Castilla, donde surge el Modernismo, como algo aferrado a lo local, rompiendo con una tradición y una historia que se había acabado, pero mientras los Castellanos se refugiaron en el pasado, los catalanes miraron al frente, buscando algo propio. Aquí encontramos muchos ejemplos de edificios de viviendas, puesto que la Arquitectura modernista no busca enardecer a la población, sino engrandecer al propietario, a diferenciar al individuo frente a la masa. Es por ello que el Modernismo bien podría haberse llamado Romanticismo.
El romanticismos no puede entenderse sino como una forma de buscar en el pasado un mundo mejor que el de aquel momento en el cual Europa estaba siendo convulsionada por las guerras revolucionarias resultado de la revolución francesa y que supuso un vuelco en la manera de entender el mundo. El viejo orden se venía abajo y una vez más el arte, debía adecuarse a esa nueva manera de ver el mundo.
"El mar de hielo", de Caspar David Friedrich (Fuente).
Y no sólo el arte, sino también la cultura, la política e incluso la forma en la que el propio ser humano entendía su existencia, al comenzar a primar al individuo frente a la masa, la originalidad y creatividad individual en contraposición a la continuidad de lo tradicional.
Este siglo XIX es la época del auge del liberalismo y de los regionalismos, es el momento en el que se quiere volver a lo arcano, a la tribu, a aquello que nos diferencia del otro, en contraposición de aquellos sentimientos gloriosos de grandes reinos e imperios. No en vano, es este momento en el que se unifican definitivamente Italia y Alemania y surge la semilla de lo que serán, a finales de siglo y principios del siguiente, los nacionalismos vasco y catalán.
Pues bien, como no, la Arquitectura, la más bella de las Artes, también refleja esos nuevos sentimientos de la sociedad, rompiendo con lo anterior y buscando la esencia de las cosas más allá de un neoclasicismo, que trataba de recrear el pasado y de una producción industrial, que universalizaba todas las creaciones. Surge el movimiento "Arts and Crafts" en Inglaterra, traducido al español como "Artes y Oficios"; el "Art Noveau" en Bélgica y Francia, el "Nieuwe Kunst" en los Paises Bajos y Alemania... Todos ellos son movimientos artísticos, que la historiografía ha encuadrado en el Modernismo, que tratan de volver a lo local, al artesano que crea piezas únicas, lejos de la producción simplificadora y unificadora de la industrialización. No hay líneas rectas porque la Naturaleza no dibuja más que curvas. Como es lógico, España no va a ser ajena a esta situación Europea, dándose un movimiento modernista propio, que se ha venido a llamar Modernismo, que estuvo muy localizado en Cataluña.
Palacio de la Música catalana, de Luis Domenech i Montaner. Estilo Modernista.
A la par que el Movimiento Moderno se extendía por Europa (también por América, con arquitectos como Sullivan o Wright), coexistía con otro movimiento artístico: el Historicismo, que al igual que el Modernismo, trataba de volver a tiempos pasados, pero en este caso copiando y tratando de hacer hincapié en los particularismos de cada región. Tenemos multitud de estilos: neogótico, neobizantino... y en España apareció el Neomudéjar.
Iglesia de san Pedro en Teruel, reforma de Pablo Monguió Segura.
Pensemos un momento en la España de finales del siglo XIX: En 1898 perdimos las últimas provincias de ultramar, lo que supuso un golpe enorme para la sociedad española, un hecho que empequeñeció a un país acostumbrado a tener territorios en ambos hemisferios y donde los viajes transoceánicos entre provincias era algo normalizado desde hacía 400 años, que quedó reducido al territorio peninsular y poco más. Este hecho produjo una crisis en todos los ámbitos de la sociedad, que tuvo su reflejo en el mundo cultural, como fue la aparición en la literatura y el periodismo de la llamada Generación del 98 y del Modernismo y el Neomudéjar en el mundo de la Arquitectura.
Pero, ¿porqué no se dio Arquitectura Modernista en Castilla, ni Neomudéjar en Cataluña? Tiene que ver con la relación de cada territorio con América y Asia. Veamos.
Castilla y por Castilla me refiero al territorio histórico del reino de Castilla: las actuales Andalucía, Extremadura, Murcia, Castilla-La Mancha y Castilla y León, tenía una conexión muy íntima con las provincias de ultramar. La emigración hacia allí (hacer las américas, se decía), había sido una constante y un referente de mejora económica y social para los castellanos en épocas difíciles y la conquista y asentamiento había significado uno de sus mayores logros históricos, por lo que el sentimiento de pérdida fue enorme y la búsqueda de confort espiritual en un pasado glorioso, fue una válvula de escape ante tremenda situación.
Es aquí donde surge el Neomudéjar, como un estilo propio, basado en una realidad histórica de esplendor (La Reconquista) y con unas características netamente castellanas, como es el uso artístico del ladrillo o las composiciones rítmicas de sus fachadas con arcos de herradura.
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid, de José Espelius Anduaga (Fuente)
Los edificios neomudéjares no son ejemplos individuales de viviendas, sino grandes construcciones de uso público, estaciones de ferrocarril, iglesias o balnearios, edificios que pretenden estimular y animar a una población deprimida, necesitada de alegrar el ánimo. Otro ejemplo son las plazas de toros, espacios pensados para desarrollar la cultura patria, que tan duramente estaba siendo castigada por otras naciones europeas, que nos miraban como un país atrasado y empobrecido.
Por otro lado, tenemos el antiguo reino de Aragón, particularmente Cataluña, que siempre tuvo vocación mediterránea, estando conectado con el resto de Europa, bien por guerras, bien con comercio. No obstante, siempre existió una presencia de aragoneses (aragonés en el sentido de súbditos de la Corona de Aragón) en América, ya desde el primer viaje de Colón hay testimonios de catalanes embarcados, pero siempre fue una presencia muy reducida, por lo menos hasta la llegada de los Borbones en el siglo XVIII, que suprimieron el monopolio de Sevilla y más tarde Cádiz, como únicos puertos legales para comerciar con América y permitieron el comercio directo desde otros puertos peninsulares, lo que hizo aumentar el interés de los catalanes por el comercio americano, en particular del llamado "comercio triangular", es decir la venta de mercancías manufacturadas en España en África para compra de esclavos que pondrían a trabajar en Cuba en las plantaciones de azúcar, que más tarde traerían a Europa.
Es por esto, que las provincias americanas y asiáticas significaban casi exclusivamente una fuente económica para la burguesía catalana y no un sitio donde poder labrarse un futuro, como lo era para las clases humildes castellanas. Esto explica porqué su pérdida no supuso una conmoción tan terrible en Cataluña como en Castilla, porque el pueblo no tenía casi vínculos sentimentales con unas tierras que consideraban como algo propio de Castilla.
Casa Batlló, de Antonio Gaudí (Fuente)
Incluso, la pérdida de Filipinas, Cuba y Puerto Rico supusieron una repatriación de capitales a las familias burguesas catalanas asturianas y vascas que permitió un enriquecimiento temporal que llevó a estas familias pudientes a querer construir algo nuevo y acorde con lo que pasaba en Europa, que era el foco de la modernidad.
Y es en esta situación particular y diferenciada de Castilla, donde surge el Modernismo, como algo aferrado a lo local, rompiendo con una tradición y una historia que se había acabado, pero mientras los Castellanos se refugiaron en el pasado, los catalanes miraron al frente, buscando algo propio. Aquí encontramos muchos ejemplos de edificios de viviendas, puesto que la Arquitectura modernista no busca enardecer a la población, sino engrandecer al propietario, a diferenciar al individuo frente a la masa. Es por ello que el Modernismo bien podría haberse llamado Romanticismo.